Voto en blanco
El desdén que le merecían las izquierdas era implacable, su proclividad corporativista explícita. “ESTOS SON MIS PODERES” proclamaba su efigie, displicente, desde el inmenso cartel que cubría toda la fachada occidental de la Puerta del Sol, entre las calles Mayor y Arenal. Una flecha señalaba a los tales poderes: una vasta muchedumbre flanqueada, en primer plano, por militantes de la JAP (Juventudes de Acción Popular) con banderas de la combativa organización católica. Rezaba el lema superpuesto: “DADME LA MAYORÍA ABSOLUTA Y OS DARÉ UNA ESPAÑA GRANDE”.
Gil Robles, y la coalición que lideraba, la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas), habían arrollado en las elecciones de 1933 ante la desunión de sus adversarios. Y no tardó en ponerse en marcha la tarea de desmantelar la legislación social del primer bienio de la República. Pero en febrero de 1936 los otros –reconociendo errores pasados– rectificaron. Hubo Frente Popular. Y la CEDA perdió.
Han pasado 75 años. Y he aquí que se presenta a los comicios, de nuevo, un partido que aglutina como una piña a toda la derecha, incluida su facción más fascistoide, y con la Iglesia al lado pidiendo el voto.
¿Será posible que los millones de progresistas “indecisos” de este país le vayan a facilitar ahora el triunfo a Mariano Rajoy y los suyos? ¿A negar su apoyo para que, como mínimo, no tengan en el nuevo Congreso la mayoría absoluta que buscaba tan afanosamente Gil Robles? ¿Tan ciegos resultarán, en fin, tan masoquistas, tan irresponsables, tan… autodestructivos? Me atrevo a creer que no.
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