viernes, 18 de noviembre de 2011

EL 20-N Y EL EQUIPO MÉDICO HABITUAL

Publicamos este interesante artículo de Manuel Alcaraz Ramos

Acabó la campaña con mucha más pena que gloria. Los grandes partidos han sembrado nuevas dosis de desconfianza, miedo e incertidumbre, pues parece que sólo jugando a la contra saben reclamar un espacio bajo el sol. No creo que nadie, salvo los militantes de lealtad inquebrantable, vaya a votarles con ilusión. Hoy volveremos a escuchar decir a sagaces políticos y comentaristas que es la “fiesta de la democracia”. Quizá sea así, pero será una fiesta en la que la luces estarán apagadas, la pólvora mojada y las máscaras carnavalescas se adueñaran del espacio público con rictus de tristeza o de burla. Esta rebaja de las esperanzas parece ser signo de los tiempos, el reflejo político de la crisis que nos deprime. Los partidos mayoritarios no sueñan con despertar adhesiones y se conforman con generar el menor resentimiento posible. Se trata de ganar, o de minimizar la derrota, y lo demás son tonterías prescindibles. ¿Nos debe extrañar que comiencen a aparecer gobiernos de “técnicos”? ¿No se van convirtiendo los políticos principales en técnicos en rebajar las expectativas y en convencer a la ciudadanía de que todo aquello que perjudique a la mayoría y, en ella, a los más débiles, es inevitable y, por lo tanto, bueno? ¿No asistimos a una subversión de las fuentes de legitimidad democrática, esa legitimidad que, precisamente hoy, se deduce de la voluntad de la mayoría pero, también, de la suposición de que los representantes no se deben a otra voluntad que la del pueblo? ¿No han estado de acuerdo los dos grandes partidos, en lo básico, con una economía en naufragio que sigue aplicando las recetas que hunden los salvavidas? ¿De qué racionalidad nos hablan cuando cada noticia es peor que la anterior y, a la vez, se persevera en la línea de destrucción masiva?

Por eso me parece inútil, esta vez, votar a PP y a PSOE y mi compromiso está con los minoritarios. Soy consciente de que los márgenes de actuación son muy estrechos, que la salida debe ser europea, que la correlación de fuerzas en la UE es la que es. Pero también soy consciente de que sólo de “los pequeños” podrán venir alternativas, ideas, impulsos y propuestas distintas que puedan hacer masa crítica en un futuro más o menos próximo. Y estoy convencido de que alguien tiene que salvar partes de la dignidad democrática ahora hipotecada, y que no son ni un conservadurismo egoísta ni una socialdemocracia oficial en almoneda quienes pueden presumir de imaginación creativa, capaz de movilizar nuevos recursos sociales para que la salida de la crisis no sea un desastre para la igualdad e, incluso, para la misma democracia. Porque en la misma lógica del bipartidismo polarizado que han instalado PSOE y PP en los últimos años, con el privilegio de sus séquitos, con su colonización de las instituciones y con el desprecio por el discrepante, están las semillas para que se debiliten los valores democráticos y se allanen ante el poder de los mercados y de los poderosos. La crisis nos ha cogido en un momento en que esa tensión bipolar había debilitado los recursos democráticos; quizá, si no hubiera sido así, la reacción de los partidos y de la ciudadanía hubiera sido otra. El desprestigio de la política se ha disparado con la crisis, pero ya aparecía malignamente creciente en los estudios previos a la depresión. Ni PSOE ni PP quisieron pinchar la burbuja inmobiliaria y ser contundentes con los bancos, como tampoco quisieron ser honestos y audaces a la hora de advertir la fatiga de materiales de la arquitectura democrática.

Animo a todos y todas a acudir a votar hoy: lo que más daño haría a la democracia es un número elevado de abstenciones, pero animo también a estas últimas reflexiones. Durante años contesté a los minoritarios que criticaban el bipartidismo que, en última instancia, éste era un reflejo de los deseos populares. Ya no lo diré: la acumulación de disfunciones creadas por la ley electoral, la negativa de los dos grandes a reformar el Senado, los tics clientelares, el abuso de la situación de predominio en el acceso a los medios y la última y ridícula reforma constitucional, me llevan a la conclusión de que mientras no se rompa la dinámica esencial que ha acabado por concebir el bipartidismo como una cárcel de las conciencias, la democracia se debilitará cada vez más. No son iguales PSOE y PP, pero ambos han jugado peligrosamente a reforzar esa lógica.

Otro 20-N se extinguía la luz del Pardo y se abría un periodo de ilusiones sobre el que deberíamos volver a recapacitar. El dictador murió en la cama, pero la democracia no puede vivir postrada en un lecho de agonía y aburrimiento. Los que brindaron con cava aquella noche, seguramente, no serán los mismos que brinden esta noche. Pero lo que es evidente es que, al final, el poder no pudo ser salvado por el equipo médico habitual. Aprendamos la lección. Merece la pena convocar ahora a otras voces, otros diagnósticos, otras terapias. O eso o llevar el brazo incorrupto e invisible de Adam Smith a la Moncloa, por ver si obra milagro.

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