Si un italiano despistado, de esos a los que saludó Manuel Campo Vidal, sintonizase anoche el debate sin saber con precisión cuál de los dos candidatos está en el gobierno, y cuál en la oposición, probablemente confundiría los papeles. Estaban mezclados: el candidato del Gobierno jugó a hacer oposición; el opositor, que se ve ganador, intentó no arriesgar nada. Rubalcaba planteó una entrevista: un debate con el método socrático. Rajoy, un monólogo. “A ver si dejamos de discutir de estos asuntos”, se quejaba el entrevistado que no parecía saber muy bien a qué había venido. El líder del PP no paró de leer en todas y cada una de sus intervenciones, como si fuese incapaz de articular un discurso coherente con más de tres ideas “como dios manda”. No decepcionó ni a los suyos: era la mediocridad esperada.
Rubalcaba estuvo mejor en la forma y en la oratoria: rápido en el debate corto y en las enganchadas con Rajoy, aunque tedioso en algunas de las intervenciones largas, excesivamente didácticas y a veces deshilachadas. Cumplió con la estrategia prevista: salir a atacar, sabiendo que el debate de hoy era su única oportunidad para darle algo de aire una campaña asfixiada. Es dudoso que lo consiga, la distancia en las encuestas es abisal: el PSOE está hundido. Probablemente Rajoy no perdió ayer ni uno solo de sus votos y está por ver que el debate consiga despertar a ese electorado socialista que hoy duda cuando aún faltan tantos días para el 20-N. Pero el entrevistador Rubalcaba consiguió dejar clara una cosa: que era el único político de la mesa que se había leído el programa electoral del PP, hasta los pies de página. Al menos se lo sabía mejor que el propio Rajoy, que debe de estar esperando a la película.
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